estepona

Tuesday, October 06, 2009

Corrupción animal





Corrupción animal

El Mirador. Sur.
El cotarro Astapa en Estepona, casi diez mil millones de vellón, lo manejaban el Pollo, el Loro y el Sapo. O sea, el alcalde, su jefe de gabinete y el titular de Hacienda. En fin, un bestiario a la altura moral de aquel corral desmadrado. Esa fauna instaló allí la última sucursal de Tangentópolis en la Costa del Sol, una cleptocracia más al socaire del gilismo sociológico. La banda del Pollo, el Loro y el Sapo –como una fabula de Esopo, o más bien un spaghetti western pero ambientado no en Texas sino en Puerto Hurraco- componen una metáfora animal como ‘Rebelión en la granja’ de Orwell. A veces parece difícil comprender que se pueda organizar una trama de corrupción así tras la fachada de una institución respetable; pero después de conocer sus apodos, ya no parece tan difícil.

Y eso ocurre con la trama Gürtel , una red de traficantes de influencias cuyo elenco protagonista son el Curita, el Rata, el Bigotes, el Albondiguilla, el Cabrón, el Hijoputa... Se ve que no cuidaban más su apodo que su sastre. Tapados tras los nombres pijos de sus empresas -Special Events, Orange Market, Easy Concept…- actuaban como una cuadrilla de destripaterrones cuyos diálogos, desde las altas magistraturas del Estado, causan pudor por la naturalidad con que se deslizaban a ese lado oscuro tan cenagoso:

-Mira, dice el Albondiguilla que al Curita le vayan dando por lo de la pastizara.

-¿Y eso lo sabe el Rata?

-Como Luisito el Cabrón allí, no te jode.

Desde luego no pertenecen a la estirpe de Lorenzo de Médicis ‘el Magnífico’, Catalina ‘la Grande’ de Rusia o Gonzalo Fernández de Córdoba ‘el Gran capitán’. Más bien evocan una galería del hampa, o quizá el implacable mundo rural descrito piadosamente por Delibes, donde conviven el Moñigo, el Tiñoso… Ahí encajarían bien el Rata, el Sapo, el Cabrón y compañía. En definitiva un apodo es el espejo del alma. Y así se veían ellos mismos.